lunes, 28 de abril de 2014

Rey de terciopelo negro

Te observo cada mañana
antes de salir a la calle empedrada
del viejo barrio del raval.
Estás ahí, quieto en el portal,
tú, rey de terciopelo negro,
príncipe de la ventana,
monarca absoluto del zaguán.
Me contemplas taciturno
con los ojos abiertos
de par en par,
como dos enormes platos en la oscuridad.
Con gesto lento y señorial
te alzas sobre tus cortas patas,
frunces el hocico para husmear
el aire a tu alrededor,
como queriéndole robar el aroma,
y alertas tus diminutas
y puntiagudas orejas
como quien espera cazar las palabras.
Repentinamente se abre tras
de ti la puerta.
¡Un sobresalto!
Raudo y veloz te das la vuelta.
Se detiene el tiempo en un tris,
un instante nada más,
y permaneces quieto y expectante.
Tu cuerpo se arquea como
sacudido por un rayo fugaz:
fuuuuu.....
-se escucha amenazante tu bufido-
¡Oh, gato de sal!
¡Príncipe de los mininos!
-falsa alarma-
Es doña Teresa,
la anciana portera,
que como cada mañana
te lleva tu sopa diaria
de leche y pan,
depositándola en tu plato,
en un rincón del portal.
Con paso corto y veloz,
al igual que un legionario,
te acercas a ella
que tiende hacia ti su mano
para que tú,
joven rey de terciopelo negro,
príncipe de la ventana,
monarca absoluto del zaguán,
entre tímidos ronroneos
te dejes acariciar.
Olisqueas la tibia sopa
sumergiendo en ella
tus largos bigotes finos
y tu lengua rasposa.
Tras el copioso festín
te acomodas sobre el cojín
que hace las veces de trono,
mulléndolo con tus zarpas
y girando sobre ti mismo:
una, dos, tres veces...
hasta quedarte quieto.
Satisfecho, te desperezas
estirando tus negras patas
y me miras de reojo,
interrogante,
con tus grandes ojos de felino,
esperando mi aprobación.
Luego, maúllas agradecido,
relames tus manos de carbón,
y con la panza llena,
esperando las caricias del sol
te acuestas en tu trono de lana vieja,
tú, joven rey de terciopelo negro,
príncipe de la ventana,
monarca absoluto del zaguán.


“Rey de terciopelo negro”
(Trazos del corazón)

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