Yo
soy el cordero del Señor.
El
Profeta del tiempo.
Inmerso
en este misterio hierático
de
la realidad intermitente,
a
medio camino entre lo humano y lo divino,
en
donde Tiempo, Muerte y Destino
se
conjugan para dar forma
al
laberíntico entramado
de
esta dolorosa sinrazón llamada vida.
He
arrebatado mi alma a la glacial compañía
de
la insaciable cazadora de cuerpos.
Mis
ojos, aun entreabiertos, reflejan
la
calidoscópica luz del día.
Mi
cuerpo, desgajado de la médula
hasta
lo más profundo del alma,
yace
ingrávido sobre mi trono de cedro,
despojado
de mí mismo,
fuera
de mí,
desposeído
del todo.
Mi
alma imperecedera se fundirá
en
el crisol de la gloria,
con
el todo indiviso del Dios infinito,
en
la trascendente posesión del más allá.
Detrás
del Verbo se revela
la
invisibilidad del alma.
Debo
acudir al bello encuentro,
mi
Padre me llama:
Jesús,
Jesús...
“El
profeta del tiempo”
(Culminación de la metamorfosis)
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