lunes, 28 de abril de 2014

Doña Patricia de Azpilcueta (La Generala)

Doña Patricia de Azpilcueta
decidió declararle la guerra
al desamor, una mañana estival.

Empuñó el afilado sable del orgullo
-que según las maledicientes lenguas,
fue el presente de un amante
general que vino de Macondo-
y presta a la batalla,
se enfundó un casaca raída,
bordada de rojo y negro;
tarántulas de oro le puso
por charreteras,
y en sus sombrías mangas:
orugas de plata por adornos.

Doña Patricia de Azpilcueta,
tocó a degüello con el clarín
del desafecto, y retirándose
a sus desvencijados
cuarteles, en Torreón,
hizo frente a los reales del
Charrasqueado traidor.

Y cuentan los campesinos que,
en el fragor de la contienda,
sus palabras y lamentos retronaron
como el cañón,
y que, La generala, rodeó
con una punzante empalizada
de alambre de espino,
el quebrado castro de su corazón.

Un anochecer de invierno
tras arduos meses de contienda,
cesaron los redobles de tambor;
el estruendo del cañón enmudeció
para siempre en la lejanía;
se disipó el olor a pólvora quemada
y con él, los humos de la batalla.
Doña Patricia de Azpilcueta,
abrió con cautela
las quebradas hojas del portón,
y dejando pasar la rutilante
claridad de las estrellas,
por las rendijas de luz
de las troneras,
asomó su cansado rostro al exterior
hallando clavada en su verja
un perfumada carta en la que
un capitán de dragones,
conocedor de la belleza
y valor de La generala,
a su paso por la hacienda
cuando regresaba de otra remota campaña,
le dedicó un sentido poema
en señal de respeto y admiración.

Tras leer el poema, y estrechando
en la más íntima
hendidura de su alma
la perfumada carta,
La generala, alzó su copa vino en la nada
y brindó con ella por el final de la contienda.

Entonces,
Doña Patricia de Azpilcueta,
enterró el sable en el lodazal,
arrancó de la guerrera
sus arañas de generala
y las retorcidas orugas de plata;
cambió los rojinegros de pana
por rasos de vino verde y oporto,
con arabescos de ámbar;
sustituyo los cañones de hierro
bajo el alféizar de su ventana
por matas de adelfas y enhebro,
y por rosales, la empalizada.

Y así, Doña Patricia de Azpilcueta,
pudo observar entonces que,
las golondrinas del paisaje,
se posaron de nuevo en la alambrada,
trinando a la oscuridad,
que preñó de luciérnagas su
cabellera enredada.

Lo que antaño se le antojaron hojas secas
agitadas por el viento,
se tornaron, como por encantamiento,
en nocturnas mariposas.

En las charcas de lluvia de agua clara,
que heredaron las vacías trincheras
tras la tempestad de la batalla,
volvían a croar las ranas
a la lunática luna blanca.

Y fue así que, los labios sedientos
de La generala, besaron
de nuevo, las fuentes del amor.


“Doña Patricia de Azpilcueta”
(Pintando palabras)

“A Nancy Patricia Azpilcueta.
Con todo mi afecto, por estar al otro lado”


No hay comentarios:

Publicar un comentario