He decidido escribir un
diario íntimo,
de memorias y
confesiones,
movido por el
irrefrenable deseo de despertar
la larva de la ironía que
anida en
el oscuro habitáculo del
recuerdo.
Apenas he comenzado a
garabatear sobre el papel
la fábula de los diálogos
inconfesos
entre el hombre asomado
al balcón de mis ojos
y el hombre que habita en
mi interior,
llegando a establecer,
entre el Yo que soy, y el Yo que fui,
un absurdo monólogo ante
el espejo,
en el que sólo se escucha
el eco apagado de una voz,
distante y burlona a la
vez,
que es como un lamento de
puertas adentro.
Lo cierto –y dicho sea de
paso-
¡Me importa todo un
carajo!
Entre tú y yo –confieso-
El presente Yo que aún
soy,
y el ausente Yo que he
sido,
sé que a fin de cuentas
no son si no
más que todo aquello
cuanto he vivido:
Una sombra, cuyo reflejo
emborronado
delata inexorablemente el
paso de los años,
en los que ya ni el
recuerdo me pertenece.
Ya sólo la caricia del
viento
puede devolverme a la
realidad
sin necesidad de buscar
en mi interior
un rincón en el que
contarme a mí mismo
-obligado oyente del eco
mustio de mi voz-
y como último recurso,
un cuento entre todos los
cuentos.
No estoy seguro, pero
creo que,
sobre el vaho del viejo
espejo,
alguien ha dibujado una
sonrisa.
(Retales de intimidad)
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