lunes, 28 de abril de 2014

Las marismas

Este mediodía el cielo estaba teñido de un intenso azul claro, y alguien, un tal señor Dios, creo, había pintado en él un inmenso as de oros de rabioso color anaranjado.

Hacía calor, las garzas vestían de blanco su plumaje estival, el viento se impregnó del aroma del hinojo verde que, incipiente, comenzaba a brotar entre el pasto matinal.

Una suave brisa primaveral procedente del azul Mediterráneo,
lo mezcló con el perfume salado que por Navidad
le regaló el Océano, junto a un collar de aguamarinas y perlas que
fue la envidia de salmones, atunes y ballenas.

Las grises gaviotas, apostadas sobre el frondoso manglar,
daban rienda suelta a su cotidiano chismorreo
en una incomprensible jerga e interminable parloteo,
mientras, celosas contemplaban el distinguido caminar
de las esbeltas garzas, que con avidez se alimentaban
de exquisitos saltamontes, ranas y caracoles, en


una campestre escena matinal en las marismas del Edén.

"Las marismas"
(Trazos del corazón)

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