amoríos
de mercadeo.
Desde
su ya lejana juventud,
desde
hace tanto tiempo ya,
que
apenas le queda el recuerdo.
El paso de los años se refleja inexorable
en
los surcos de miseria y decepción
que
la vida ha dibujado
sobre
su curtido y ajado semblante.
Como
cada anochecer,
Lola, ocupa su plaza en una esquina
preñada
de corrientes y humedad,
donde
reinan los olores de fritanga y sudor,
la
música estridente de las gramolas
y
el vocerío infernal de las tabernas.
Desde
su esquina contempla
la
mirada esquiva de los impúberes amantes,
que
deambulan en pos de su primer lance genital,
el
paso furtivo de los adúlteros
adoradores
de almas corrompidas
y
el zigzagueante caminar
de
los borrachos perfumados de absenta,
que
se pierden en la oscuridad del angosto callejón
entre
el revoloteo acelerado de los murciélagos.
Lola,
tras una velada ausente de caricias,
camina
con pasos perdidos bajo la lluvia,
por
las callejuelas vacías, de regreso al hogar,
flirteando
con la luz tintineante de
los
soportales y la penumbra,
envuelta
en el humo azul del tabaco,
mientras
la lluvia acaricia su cara
en
una sensación que ella nunca olvida.
Humedad,
noche y absenta son sus amigas...
Esta
noche, una vez más, la soledad será su amante.
“Lola”
(Culminación de la metamorfosis)
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