lunes, 28 de abril de 2014

Lola



Lola recorre las calles buscando
amoríos de mercadeo.
Desde su ya lejana juventud,
desde hace tanto tiempo ya,
que apenas le queda el recuerdo.

El paso de los años se refleja inexorable
en los surcos de miseria y decepción
que la vida ha dibujado
sobre su curtido y ajado semblante.

Como cada anochecer,
Lola, ocupa su plaza en una esquina
preñada de corrientes y humedad,
donde reinan los olores de fritanga y sudor,
la música estridente de las gramolas
y el vocerío infernal de las tabernas.

Desde su esquina contempla
la mirada esquiva de los impúberes amantes,
que deambulan en pos de su primer lance genital,
el paso furtivo de los adúlteros 
adoradores de almas corrompidas
y el zigzagueante caminar
de los borrachos perfumados de absenta,
que se pierden en la oscuridad del angosto callejón
entre el revoloteo acelerado de los murciélagos.

Lola, tras una velada ausente de caricias,
camina con pasos perdidos bajo la lluvia,
por las callejuelas vacías, de regreso al hogar,
flirteando con la luz tintineante de
los soportales y la penumbra,
envuelta en el humo azul del tabaco,
mientras la lluvia acaricia su cara
en una sensación que ella nunca olvida.

Humedad, noche y absenta son sus amigas...
Esta noche, una vez más, la soledad será su amante.


“Lola”
(Culminación de la metamorfosis)

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