Mambrú
no fue a la guerra.
Mambrú
dejó el fusil
y
el viejo zurrón
al
abandonar la trinchera,
y
arrancando trinchas y galones,
de
su raída guerrera,
Mambrú
dejó la guerra,
sin
dolor, sin dolor,
sin
pena.
Sí,
Mambrú no fue a la guerra,
porque
no era esta su guerra,
ni
la del otro,
aquel
pobre infeliz,
a
quien los de arriba,
se
empeñaron en llamar enemigo.
Así,
pues, Mambrú se preguntó:
Por
qué había de combatir
en
aquella horrible guerra
defendiendo
un viejo trapo de color.
Por
qué segar la vida
del
soldado carpintero,
del
maestro huérfano de alumnos,
del
campesino sin cosecha,
o
del iluso poeta.
De
quién podía ser, pues,
aquella
sucia y sanguinaria guerra
que
sólo traía dolor y penas.
Sí,
Mambrú no fue a la guerra
en
la que nadie venció.
Todos
perderán en ella, se dijo,
al
abandonar la trinchera,
todos
perderán menos yo:
La
madre perderá al hijo
y
también al esposo,
y
el hijo perderá al hermano
y
al padre,
y
también al amigo,
y
a la madre,
y
la hacienda,
y
la vida,
y
la sangre...
Todos
perderán en esta
absurda
guerra,
Unos
perderán más,
algo
menos los otros, quizá.
Donde
está, pues, el honor
De
luchar por un banquero o
Por
un rico armador,
Un
trapo, una petrolera,
O
por un dios.
Y
abandonando el fusil
en
la trinchera,
Mambrú
dejó la guerra,
sin
dolor, sin dolor,
sin
pena.
“Mambrú
no fue a la guerra”
(Pintando palabras)
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