lunes, 28 de abril de 2014

Pueblo blanco

Por las empinadas callejuelas
del pueblo blanco,
que se recorta en la serranía,
corretean los niños haciendo
rodar sus aros de metal
sobre su irregular adoquinado.

En la plaza,
en medio de bulliciosos cánticos,
juegan al corro las muchachas,
ataviadas con cortos
vestidos de lino
y toscas sandalias blancas.

Sus desordenadas guedejas
danzan al viento serrano del estío
acompañadas por el
incesante repiqueteo,
de los cascos del asno
del alfarero, sobre el
resbaladizo empedrado
de abrevadero,
y el violín desafinado
de las cigarras
que habitan las eras.

Manuel, oculto a la sombra
de la iglesia, las observa
protegiendo sus ojos de la luz
bajo la visera aparasolada
de su mano.

Fija su mirada en Andrea,
la muchacha de
largas trenzas
y frágiles piernas bronceadas,
por la que suspira enamorado.

Sí me descubre –dice-
no tendré más escapatoria
que la pared encalada.

Sí, me ocultaré en ella
para dejarme secuestrar
por los rayos tardíos del sol,
y quizá mañana,
cuando amanezca
y Andrea acuda de nuevo a jugar,
pueda acariciar 
sus atezadas piernas largas
sin que ella me vea.


“Pueblo blanco”
(Pintando palabras)

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