en donde apoyar la cabeza:
entre los hombros y el cuello.
Mis brazos, como la hiedra,
rodearon tus caderas con firmeza,
quedando mi cuerpo
tan cerca de tu cuerpo
que no podía verte
sino a través de tu perfume
y tus latidos.
Alzaste la vista en la penumbra
buscando un destello de luz
en mi mirada y, acercando
tu boca a mi oído,
casi rozándome con los labios,
me dijiste: ¡Te quiero!
Y fue en ese preciso instante
que se quebraron los miedos,
y tus palabras, como incisivos
peces de fuego,
nadaron por mis venas
hasta clavarse en mi pecho.
“Peces de fuego” (Pintando palabras)
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