¡Semana verde! Exclamó el profesor. Por arte de magia, lápices y libretas se
transformaron en plumas, jaulas y ramas de olivo (con el permiso de Bruselas)
Viajando entre diapositivas, pósters y
transparencias nos disponemos a recorrer, en un fabuloso viaje imaginario, los
lugares más recónditos de nuestro parque natural, (aunque por un instante
llegué a pensar que me hallaba en medio de un cursillo sobre la vida en el
ártico y la tundra polar)
Sus bosques, valles y riberas, así como
los secretos de La Mola
y l’Obac se muestran reveladores ante nosotros y una súbita ansia de aprender
nace espontáneamente desde lo más profundo de nuestro ser: ¿...Son redondas las
pizzas? ¿Es posible que un cataclismo haga brotar un manantial en La Mola ?
¿Llegará el “Metro” a l’Obac? ¿Se fuma la “farigola”?
Todas nuestras inquietantes preguntas
hallaron inteligente respuesta; formas, perfumes y nombres nos son
descubiertos: Chopo, romero, aliso, tejo, salamandra y tejón ¿Son un conjunto
de rock? Me pregunto alucinando ante tal revelación, no, sólo son algunos de
nuestros desconocidos, pero olvidados, vecinos, a los que iremos conociendo a
lo largo de nuestro caminar.
Ahora ya puedo distinguir entre en Cuco y
el reloj del salón, entre la listada zarigüeya y el gato pachón, entre el olmo
y el peral, y saber que pedirle a cada cual, y diferenciar entre autóctonos
y “okupas”, transformando as antiguas y
aburridas excursiones en un ilustrativo
periplo a través de un hábitat natural en peligro de extinción, que no es otro
que la pequeña porción de bosque que nos rodea y que a pesar de todo, sobrevive
entre negras y humeantes serpientes de asfalto y amenazadores chalets, esta
pobre y escasa alfombra verde surcada por tímidos y serpenteantes hilos de
plata, que la naturaleza, altruista, nos ofrece como una probeta de cristal:
“Un cuarto de aceite, dos Coca-colas, un condón, un chorro de alquitrán, cuatro clavos, un
colchón y... ¡Voila! ¡El Ripoll! Y ya tenemos un río con peces de color, de
color de plata, de férreas y resplandecientes escamas de plástico o lata y de
nombre... ¡Isabel! ¿Sardinas? Puede ser, y como no, a nuestro gusto, ¿Gusto?
Sí, gusto, aroma y color.
¿Qué más se puede pedir a cambio de
hipotecar el hábitat natural?
Por Jordi Poblet
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