martes, 27 de marzo de 2012

Medio ambiente


¡Semana verde! Exclamó el profesor. Por  arte de magia, lápices y libretas se transformaron en plumas, jaulas y ramas de olivo (con el permiso de Bruselas)
Viajando entre diapositivas, pósters y transparencias nos disponemos a recorrer, en un fabuloso viaje imaginario, los lugares más recónditos de nuestro parque natural, (aunque por un instante llegué a pensar que me hallaba en medio de un cursillo sobre la vida en el ártico y la tundra polar)
Sus bosques, valles y riberas, así como los secretos de La Mola y l’Obac se muestran reveladores ante nosotros y una súbita ansia de aprender nace espontáneamente desde lo más profundo de nuestro ser: ¿...Son redondas las pizzas? ¿Es posible que un cataclismo haga brotar  un manantial en La  Mola? ¿Llegará el “Metro” a l’Obac? ¿Se fuma la “farigola”?
Todas nuestras inquietantes preguntas hallaron inteligente respuesta; formas, perfumes y nombres nos son descubiertos: Chopo, romero, aliso, tejo, salamandra y tejón ¿Son un conjunto de rock? Me pregunto alucinando ante tal revelación, no, sólo son algunos de nuestros desconocidos, pero olvidados, vecinos, a los que iremos conociendo a lo largo de nuestro caminar.
Ahora ya puedo distinguir entre en Cuco y el reloj del salón, entre la listada zarigüeya y el gato pachón, entre el olmo y el peral, y saber que pedirle a cada cual, y diferenciar entre autóctonos y  “okupas”, transformando as antiguas y aburridas excursiones en  un ilustrativo periplo a través de un hábitat natural en peligro de extinción, que no es otro que la pequeña porción de bosque que nos rodea y que a pesar de todo, sobrevive entre negras y humeantes serpientes de asfalto y amenazadores chalets, esta pobre y escasa alfombra verde surcada por tímidos y serpenteantes hilos de plata, que la naturaleza, altruista, nos ofrece como una probeta de cristal: “Un cuarto de aceite, dos Coca-colas, un condón,  un chorro de alquitrán, cuatro clavos, un colchón y... ¡Voila! ¡El Ripoll! Y ya tenemos un río con peces de color, de color de plata, de férreas y resplandecientes escamas de plástico o lata y de nombre... ¡Isabel! ¿Sardinas? Puede ser, y como no, a nuestro gusto, ¿Gusto? Sí, gusto, aroma y color.
¿Qué más se puede pedir a cambio de hipotecar el hábitat natural?

Por Jordi Poblet

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