La
noche, calurosa y encapotada de negros nubarrones, se extendía sobre la villa
como una negra mortaja, él se hallaba estirado sobre el lecho, con la ventana
abierta de par en par, consumiendo el último cigarrillo, la radio inundaba la
estancia con una suave melodía, mientras intentaba conciliar el sueño, un sueño
casi imposible en una noche de brisas ausentes, en la que las sábanas se
adherían al cuerpo cómo una segunda piel cálida y húmeda, en la que la unión
del blanquecino manto humeante del tabaco y la tenue luz amarillenta de la
desvencijada lámpara convertía la desnuda pared en la mágica pantalla sobre la que proyectar los
recuerdos de un pasado ya lejano, recuerdos en blanco y negro o virados en
sepia y que lentamente irían tomando un iridiscente color.
Por su memoria desfilaron los dulces recuerdos
del pasado, recordó los viajes realizados a los confines del mundo conocido,
las fabulosas aventuras vividas en el transcurso de la odisea emprendida a
través de remotos y exóticos reinos, conoció ciudades y civilizaciones
milenarias, gentes de extrañas y enigmáticas creencias con las que compartió
sus alegrías e inquietudes, fundiendo todos aquellos maravillosos conocimientos
en el infinito crisol en el que fraguar su breve, pero intensa juventud.
Recordó
con nostalgia el día en que la vio por primera vez, fue junto al lago, allí en
Magdala, justo antes del atardecer, en el embarcadero. Ella, María, se hallaba
de pie, descalza sobre la arena, rodeada
de viejos aperos, redes y velas, una sutil y vaporosa túnica de lino claro
envolvía la frágil figura de suaves
caderas, de verdes ojos y tez
morena, de azabache cabellera y piel perfumada de incienso y brea.
Sus
labios pronunciaron entre susurros el bello nombre de María, sus manos se
aferraron al vacío buscándola en la oscuridad, la soñó dulce y dormida, cómo en
la cálida noche en que sus cuerpos, desnudos y temblorosos, fueron bañados por
la pálida luz de la Luna ,
sus manos, cómo vestidas de seda, colmaron su cuerpo de tiernas caricias, su
boca ávida de besos buscó con ansiedad la sensual boca de María, ella respondió
anhelante y jubilosa aferrándose a su cuerpo con firmeza, sus erguidos y
turgentes senos se aplastaron incisivos contra el pecho desnudo y bronceado del
amante, sus pierna, firmes y torneadas, lo aprisionaron apasionadamente entre
sus muslos tersos y nacarados, entregándole el preciado tesoro de su dulce
virginidad, al tiempo que entre caricias y eternas promesas de amor, Sus
cuerpos súbitamente estallaron en un torbellino de pasión, y él, por un
instante, tras saberla suya por toda la eternidad, volvió a ser humano.
De
repente, la voz grave y distante de un extraño irrumpió en la habitación
…Viernes, 10 de abril, 14º en el paseo Tolrá, las temperaturas irán en aumento
a lo largo de la mañana, y ahora unos segundos de publicidad…, los sueños se
fueron desvaneciendo a medida en que la tibia luz de la mañana inundó la
estancia a través del ventanal, él, incorporándose lentamente sobre el
solitario lecho, sudoroso, agitado, con la mirada perdida entre las sábanas, la
recordó durante un instante y luego pensó en los muchos años transcurridos en
amarga soledad, ¡dos mil años!, Resultaban demasiados inclusive para quien ama
toda una eternidad.
Momentos
después salió a la calle, abandonó el
viejo portal y tras encender un cigarrillo se dirigió al lugar de la
cita, ¡Había pasado tanto tiempo!, ¿ Cómo estaría Juan?, ¿ Y Simón, seguiría
siendo tan testarudo cómo siempre?. Instantes después los encontró cómo antaño,
discutiendo entre sí por insignificantes naderías, de repente, Juan, el más joven, les alertó
de su presencia, un profundo silencio se adueñó del lugar, sus rostros, de ojos
llorosos y emocionados, se volvieron a iluminar.
Él
había cumplido la promesa, ¡había regresado! Su mirada, llena de complicidad,
se cruzó con la de Juan, este, tras contemplar el cigarrillo encendido entre
sus dedos, le dirigió un cariñoso reproche ¡Deja el tabaco, te va a matar! Entonces
él, sonriente, acariciando la rubia cabellera de Juan, le dijo, ¡Sí, quizás
tengas razón, quizás!, Pero tal vez será
esta mi cruz.
Y
juntos, los doce, alegres y alborozados emprendieron nuevamente el camino que
dejaron tiempo atrás, y que él ya no volvería a olvidar, pero acaso ¿no era él
tan humano cómo los demás?
Por Jordi Poblet
Por Jordi Poblet
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