martes, 27 de marzo de 2012

Magdala (Y soñó...)


La noche, calurosa y encapotada de negros nubarrones, se extendía sobre la villa como una negra mortaja, él se hallaba estirado sobre el lecho, con la ventana abierta de par en par, consumiendo el último cigarrillo, la radio inundaba la estancia con una suave melodía, mientras intentaba conciliar el sueño, un sueño casi imposible en una noche de brisas ausentes, en la que las sábanas se adherían al cuerpo cómo una segunda piel cálida y húmeda, en la que la unión del blanquecino manto humeante del tabaco y la tenue luz amarillenta de la desvencijada lámpara convertía la desnuda pared en  la mágica pantalla sobre la que proyectar los recuerdos de un pasado ya lejano, recuerdos en blanco y negro o virados en sepia y que lentamente irían tomando un iridiscente color.
 Por su memoria desfilaron los dulces recuerdos del pasado, recordó los viajes realizados a los confines del mundo conocido, las fabulosas aventuras vividas en el transcurso de la odisea emprendida a través de remotos y exóticos reinos, conoció ciudades y civilizaciones milenarias, gentes de extrañas y enigmáticas creencias con las que compartió sus alegrías e inquietudes, fundiendo todos aquellos maravillosos conocimientos en el infinito crisol en el que fraguar su breve, pero intensa juventud.
Recordó con nostalgia el día en que la vio por primera vez, fue junto al lago, allí en Magdala, justo antes del atardecer, en el embarcadero. Ella, María, se hallaba de pie, descalza sobre  la arena, rodeada de viejos aperos, redes y velas, una sutil y vaporosa túnica de lino claro envolvía la frágil figura de suaves  caderas, de verdes ojos y  tez morena, de azabache cabellera y piel perfumada de incienso y brea.
Sus labios pronunciaron entre susurros el bello nombre de María, sus manos se aferraron al vacío buscándola en la oscuridad, la soñó dulce y dormida, cómo en la cálida noche en que sus cuerpos, desnudos y temblorosos, fueron bañados por la pálida luz de la Luna, sus manos, cómo vestidas de seda, colmaron su cuerpo de tiernas caricias, su boca ávida de besos buscó con ansiedad la sensual boca de María, ella respondió anhelante y jubilosa aferrándose a su cuerpo con firmeza, sus erguidos y turgentes senos se aplastaron incisivos contra el pecho desnudo y bronceado del amante, sus pierna, firmes y torneadas, lo aprisionaron apasionadamente entre sus muslos tersos y nacarados, entregándole el preciado tesoro de su dulce virginidad, al tiempo que entre caricias y eternas promesas de amor, Sus cuerpos súbitamente estallaron en un torbellino de pasión, y él, por un instante, tras saberla suya por toda la eternidad,  volvió a ser humano.
De repente, la voz grave y distante de un extraño irrumpió en la habitación …Viernes, 10 de abril, 14º en el paseo Tolrá, las temperaturas irán en aumento a lo largo de la mañana, y ahora unos segundos de publicidad…, los sueños se fueron desvaneciendo a medida en que la tibia luz de la mañana inundó la estancia a través del ventanal, él, incorporándose lentamente sobre el solitario lecho, sudoroso, agitado, con la mirada perdida entre las sábanas, la recordó durante un instante y luego pensó en los muchos años transcurridos en amarga soledad, ¡dos mil años!, Resultaban demasiados inclusive para quien ama toda una eternidad.
Momentos después salió a la calle, abandonó el  viejo portal y tras encender un cigarrillo se dirigió al lugar de la cita, ¡Había pasado tanto tiempo!, ¿ Cómo estaría Juan?, ¿ Y Simón, seguiría siendo tan testarudo cómo siempre?. Instantes después los encontró cómo antaño, discutiendo entre sí por insignificantes naderías,   de repente, Juan, el más joven, les alertó de su presencia, un profundo silencio se adueñó del lugar, sus rostros, de ojos llorosos y emocionados, se volvieron a iluminar.
Él había cumplido la promesa, ¡había regresado! Su mirada, llena de complicidad, se cruzó con la de Juan, este, tras contemplar el cigarrillo encendido entre sus dedos, le dirigió un cariñoso reproche ¡Deja el tabaco, te va a matar! Entonces él, sonriente, acariciando la rubia cabellera de Juan, le dijo, ¡Sí, quizás tengas razón, quizás!,  Pero tal vez será esta mi cruz.
Y juntos, los doce, alegres y alborozados emprendieron nuevamente el camino que dejaron tiempo atrás, y que él ya no volvería a olvidar, pero acaso ¿no era él tan humano cómo los demás?

Por Jordi Poblet

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